EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMÉN.
Ayer viernes celebramos la liturgia de la Pasión del Señor, y quedábamos expectantes porque no entendíamos cómo era posible que la muerte se llevara consigo al justo, al hombre que había pasado haciendo el bien. Y con el corazón roto y en vilo quedamos. ¿Dios Padre pronunciará alguna palabra?; Él, el creador, si en Jesús de Nazaret recrea la vida de cada uno y la historia, ¿será posible que todo haya sido un sueño?, ¿tanta ilusión puede desvanecerse tan pronto? Por eso quedamos en ascuas, y permanecemos unidos y a la expectativa de la palabra divina. Guardamos silencio como cuando el temor nos atenaza, nos detenemos y el corazón palpita rápido, ¿qué sucederá? Y es un silencio muy sonoro, porque el corazón y la mente no dejan de trabajar, recordar, rememorar y hacer preguntas que en este momento no tienen respuesta, pues ésta sólo puede venir de Dios Padre.
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